Heraldos de la peste

Estos heraldos de la peste descifran los principios que rigen la vida y la muerte. Remueven brebajes amargos como la cicuta, mientras en sus máscaras puntiagudas ocultan hierbas farmacéuticas que disimulan el hedor de los cadáveres. Cabalgan noches insondables en busca de acherontias de luz, pisando esqueletos calcinados de reyes y mendigos. Bordan los cementerios con encajes negros como la misma muerte, que luego dispersan en forma de terribles mariposas. Cavan tumbas, realizan autopsias a escarabajos bajo la luz de la luna y huelen a difunto, al difunto que soy, al cadáver mío que se está pudriendo. Mientras cabalgan en sus caballos de ceniza, se tropiezan conmigo y me preguntan: “¿Cuál es tu nombre?". Los sofismas universales y las leyes cósmicas subterráneas rigen mi canción natural, que, polifónica, se abre más allá de mi peste y de mi espíritu. Ellos me guían hacia la oscura claridad y me abandonan en la orilla del mundo, donde deshojo la eternidad plagada de estrellas.